Las bigas arrastradas por dos caballos; las cuadrigas por cuatro, y otros carros hasta por diez animales. Las carreras de esos carros parecen haber constituido un espectáculo que para el púbico de ese tiempo era maravilloso: algunas descripciones del movimiento de la iniciación de cada carrera, al entrar los carros a la arena, evidencian el interés que estas pruebas despertaban entre los romanos. Los caballos llevaban arneses preciosos y costosísimos; el auriga vestía una túnica con los colores de su equipo respectivo y solía ser tratado con grandes honores y gozaba de su popularidad. La carrera consistía en recorrer un número determinado de vueltas entorno a la pista, la cual estaba dividida en el centro por una construcción denominada “espina”. Naturalmente, los lugares más arriesgados de toda la pista eran las curvas, al dar la vuelta a la “meta” (pilar erigido en cada extremo de la espina); y aunque se trataba de dar la vuelta bien cerrada, ello no siempre impedía los más graves accidentes. En diversas inscripciones se han encontrado alabanzas para algunos de los aurigas más celebres, tales como Pompeyo Muscloso, que gano 3559 carreras, o Diocles que ganó 3.000 veces las carreras de bigas y que se retiró de las competencias con un patrimonio equivalentes a unos 13.5 millones de pesos. Igualmente, no pocos caballos famosos merecieron ser honrados con inscripciones en lapidas y medallas conmemorativas: entre ellos hubo un cierto “Tuscus”, vencedor en 386 carreras, y otro, “Victor”, en 429. me dicen los verbos plis