Los deberes por escrito o para aprender de memoria, para repasar o preparar, que se acumulaban durante el día de una lección a otra, podían terminarse en casa por la noche a la luz íntima de la lámpara. Este trabajo tranquilo, rodeado de la bienhechora paz casera, al que el profesor atribuía unos efectos especialmente trascendentes y estimulantes, duraban solamente hasta las diez los martes y los sábados, y los otros días hasta las once, las doce y a veces más. El padre refunfuñaba un poco por el desmesurado gasto del petróleo, pero miraba ese estudio con orgullo satisfecho. Para eventuales horas de asueto y para los domingos (que forman, como sabe, la séptima parte de nuestra vida) se encarecía la lectura de algunos autores no leídos o el repaso de la gramática. Naturalmente con medida. Es necesario salir a pasear una o dos veces por semana. Hace verdaderos milagros. Además puede uno llevarse un libro al campo si hace buen tiempo; ya verás qué bien, con cuanta alegría se estudia afuera, al aire fresco. Y sobre todo, ¡ánimo! Hans trataba de mantenerse animado dentro de lo posible. Empezó a utilizar para estudiar también los paseos, y andaba callado, espantadizo, con cara trasnochada y ojos cansados y ojerosos.
El tema del texto es: