¿Que crees que piensa la mamá kdia y de Ana en relación con su hija y liapkin ?
Historia: Un niño maligno
En el aire brilló un pececillo de color verdoso plateado.
-¡Dios mío! ¡Es una pértiga!… ¡Ay!… ¡Ay!… ¡Pronto!… ¡Se soltó!
La pértiga se desprendió del anzuelo, dio unos saltos en dirección a su elemento familiar y se hundió en el agua. Persiguiendo al pez, Liapkin, en lugar de éste, cogió sin querer la mano de Anna Semionovna, y sin querer se la llevó a los labios. Ella la retiró, pero ya era tarde. Sus bocas se unieron sin querer en un beso. Todo fue sin querer. A este beso siguió otro, luego vinieron los juramentos, las promesas de amor… ¡Felices instantes!… Dicho sea de paso, en esta terrible vida no hay nada absolutamente feliz. Por lo general, o bien la felicidad lleva dentro de sí un veneno o se envenena con algo que le viene de afuera. Así ocurrió esta vez. Al besarse los jóvenes se oyó una risa. Miraron al río y quedaron petrificados. Dentro del agua, y metido en ella hasta la cintura, había un chiquillo desnudo. Era Kolia, el colegial hermano de Anna Semionovna. Desde el agua miraba a los jóvenes y se sonreía con picardía.
-¡Ah!… ¿Conque se besaron?… ¡Muy bien! ¡Ya se lo diré a mamá!
-Espero que usted…, como caballero… -balbució Liapkin, poniéndose colorado-. Acechar es una villanía, y acusar a otros es bajo, feo y asqueroso… Creo que usted…, como persona honorable…
-Si me da un rublo no diré nada, pero si no me lo da, lo contaré todo.
Liapkin sacó un rublo del bolsillo y se lo dio a Kolia. Éste lo encerró en su puño mojado, silbó y se alejó nadando. Los jóvenes ya no se volvieron a besar. Al día siguiente, Liapkin trajo a Kolia de la ciudad pinturas y un balón, mientras la hermana le regalaba todas las cajitas de píldoras que tenía guardadas. Luego hubo que regalarle unos gemelos que representaban unos morritos de perro. Por lo visto, al niño le gustaba todo mucho. Para conseguir aún más, se puso al acecho. Allá donde iban Liapkin y Anna Semionovna, iba él también. ¡Ni un minuto los dejaba solos!
-¡Canalla! -decía entre dientes Liapkin-. ¡ Tan pequeño todavía y ya un canalla tan grande! ¿Cómo será el día de mañana?
En todo el mes de junio, Kolia no dejó en paz a los jóvenes enamorados. Los amenazaba con delatarlos, vigilaba, exigía regalos… Pareciéndole todo poco, habló, por último, de un reloj de bolsillo… ¿Qué hacer? No hubo más remedio que prometerle el reloj.
Un día, durante la hora de la comida y mientras se servía de postre un pastel, de pronto se echó a reír, y guiñando un ojo a Liapkin, le preguntó: «¿Se lo digo?… ¿Eh…?»
Liapkin enrojeció terriblemente, y en lugar del pastel masticó la servilleta. Anna Semionovna se levantó de un salto de la mesa y se fue corriendo a otra habitación.
En tal situación se encontraron los jóvenes hasta el final del mes de agosto…, hasta el preciso día en que, por fin, Liapkin pudo pedir la mano de Anna Semionovna. ¡Oh, qué día tan dichoso aquel!… Después de hablar con los padres de la novia y de recibir su consentimiento, lo primero que hizo Liapkin fue salir a todo correr al jardín en busca de Kolia. Casi sollozó de gozo cuando encontró al maligno chiquillo y pudo agarrarlo por una oreja. Anna Semionovna, que llegaba también corriendo, lo cogió por la otra, y era de ver el deleite que expresaban los rostros de los enamorados oyendo a Kolia llorar y suplicar…
-¡Queriditos!… ¡Preciositos míos!… ¡No lo volveré a hacer! ¡Ay, ay, ay!… ¡Perdónenme…!
Más tarde ambos se confesaban que jamás, durante todo el tiempo de enamoramiento, habían experimentado una felicidad…, una beatitud tan grande… como en aquellos minutos, mientras tiraban de las orejas al niño maligno.