Los enormes zapatos del tío Andrés eran ligeramente arqueados en las puntas, en los costados tenían franjas de
felpa verdosa. Sus pantalones, extremadamente ajustados, eran del casimir más grueso que hubiera en el
mercado. Usaba un alto cuello almidonado y un sombrero de paño negro de anchas alas que en verano
cambiaba por un sombrero de paja. Caminaba lentamente, con cara pálida inmutable, como si no reparara en
nada, pero la verdad es que ningún detalle escapaba a sus ojillos lagrimiantes, que solia ocultar tras unos lentes
negros.
El sombrero del tio andrés estaba de acuerdo con
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