El ciego le suplica, con voz impregnada de sinceridad, que se convierta en su guía a través del intrincado tapiz de la vida.
¿Qué preguntó el ciego?
El individuo con discapacidad visual llega al bullicioso molino donde la madre de Lazarus trabaja diligentemente, supervisando las operaciones. Allí conoce al joven Lázaro, un niño con el que siente una conexión instantánea. Con un profundo anhelo de explorar el mundo y navegarlo con más confianza, el ciego se dirige a la madre de Lázaro con una petición sincera.
La madre, conmovida por esta genuina muestra de compasión, apoya calurosamente la súplica del ciego. Ella confía en él, compartiendo el honorable linaje de su hijo: que es descendiente de un hombre noble y virtuoso.
Este intercambio forma un vínculo no sólo de apoyo práctico sino también de confianza, ya que el ciego emprende un viaje con Lázaro bajo la atenta mirada y amable recomendación de la madre, uniendo sus destinos en un esfuerzo compartido.