En un bosque oscuro y tenebroso vivía un niño pequeño y tímido. Era el único niño que vivía en aquel bosque, y por eso se sentía muy solo y abandonado.
Un día, el niño estaba jugando en el bosque cuando vio un árbol alto y majestuoso. El árbol tenía un tronco grueso y fuerte, y sus ramas se extendían hasta el cielo.
El niño se acercó al árbol y lo tocó. El árbol era tan suave y cálido que el niño se sintió inmediatamente tranquilo y feliz.
El niño se quedó a jugar con el árbol durante horas. Se subía a sus ramas, se escondía en su tronco, y le contaba sus secretos. El árbol siempre le escuchaba con atención, y nunca le juzgaba.
El niño y el árbol se hicieron amigos inseparables. El niño ya no se sentía solo y abandonado. Tenía un amigo que siempre estaría ahí para él.