COMENTARIO DE TEXTO CON EXTENSION DE UNA PAGINA
Ese chico no se me va de la cabeza. Hablo del muchacho que presenció sin hacer nada la agresión de la
adolescente ecuatoriana en el tren. Hemos visto una y otra vez la espeluznante escena y verificado su
pasividad, la bochornosa y patética manera en que se esforzaba en mirar para otro lado. Y digo bochornosa
porque, al verlo, sentías vergüenza ajena y piedad por él; y también la enorme inquietud de preguntarte qué
habrías hecho tú en su lugar.
Ese chico es otra víctima del energúmeno. En su miedo paralizador es probable que influya su condición
de inmigrante. Él mismo ha declarado que estos ataques racistas son bastante comunes, y eso va creando
un sentimiento de inseguridad, de fragilidad. Va comiéndote por dentro y haciéndote más vulnerable a la
intimidación, más entregado a la derrota. A la propia humillación de tu cobardía. Pero es que, además, sin
duda era peligroso enfrentarse a ese tipo (yo tampoco entiendo por qué el juez no encarceló a alguien tan
feroz). Es peligroso oponerse a los violentos, de ahí el mérito de quienes lo hacen. Por una de esas
elocuentes coincidencias del azar, el vídeo del ataque en el tren se hizo público al mismo tiempo que la
historia de Daniel Oliver, el héroe de 23 años que murió de un golpe por socorrer a una chica. He aquí otro
caso estremecedor que vuelve a picotearte las entrañas: ¿serías capaz de actuar como Daniel? Esa duda
es inherente a la condición humana, la duda de los propios límites, la incertidumbre sobre el fondo más
extremo de uno mismo: allí, en lo más hondo, ¿qué pesará más, el miedo o la propia dignidad? ¿Habrías
escondido a un judío en la Alemania de Hitler? Ojalá la vida no nos ponga en una de esas situaciones límite,
porque podemos reaccionar como el chico del tren. Y no sé si el pobre será capaz de superarlo.